Humanos-Somos un pueblo religioso

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24 de julio

Año 3

No. 187

El hombre de nuestro tiempo es sensible a los valores filantrópicos y sociales, sin embargo, su acción será sólida, solamente si llega a encontrar la razón intima de su existencia. Sin esta fundamentación podríamos caer fácilmente en un frágil activismo materialista.

PRÓLOGO

Después de algunas décadas tormentosas de agnosticismo, hemos vuelto a ser expresamente buscadores del rostro de Dios, cuyas huellas son visibles en el cosmos que es un constante punto de partida para llegar a la afirmación de la existencia de un ser supremo.

Además de las vías cósmicas, es interesante observar que en nuestras lecturas, en los medios de comunicación, en los planes de estudio de cualquier nivel, todos usamos un lenguaje que puede ser un camino directo hacia Dios. Se habla de: Principio, unidad, infinito, simple, perfecto, racional (hablando de números), parábola, potencia (dinámica), movimiento (cinética), fuerzas concurrentes, masa, gravedad, conservación, conversión, diferenciación, integración, función, defunción, vida… e innumerables otros términos, que repetimos y que pueden recordarnos que estamos en la presencia de Dios. Por cierto, la palabra “Dios” deriva del latín “Deus” que a su vez viene del griego “ZeuV“, que, en la mitología griega, era el dios de los dioses.

EL FENÓMENO RELIGIOSO

El fenómeno religioso es exclusivo del ser humano y no se encuentra entre los demás seres vivientes. Desde la antigüedad los diversos pueblos perciben aquella fuerza misteriosa superior que influye en el desarrollo del cosmos y de los acontecimientos de la vida humana. El hombre, ayer como hoy, espera de la religion una respuesta a sus enigmas existenciales.

Historiadores, antropólogos, etnólogos, teólogos y filósofos, concuerdan en reconocer la universalidad del fenómeno religioso.

Aristóteles (384-332 a. C.) dice: «Todos los hombres admiten la existencia de los dioses» (Del cielo y del mundo, I. 3. 270 b, 5-6).

Cicerón (106-43 a. C.) notó: «Entre las muchas especies, ningún animal, excepto el hombre, tiene la noción de la divinidad. Entre los hombres no hay gentes tan salvajes y feroces que no puedan darse cuenta que es necesario admitir la existencia de Dios, aunque ignoren como se debe concebirlo» (De las leyes, I. 24. 25).

San Agustín de Hipona (354-430) enseñó que nada de lo creado, ni el hombre mismo, puede ser entendido sin esta religación objetiva, sin su dependencia de Dios, quien es «más intimo a mí mismo que mi misma intimidad» (De la verdadera religión, 39.72).

Ludwig Feuerbach (1804-1872), humanista de inspiración materialista, dice: «La religión es la base de la distinción esencial entre el hombre y las bestias; las bestias no tienen religión» (Esencia del cristianismo, 1841).

Henri Bergson (1859-1941), filósofo vitalista, observa: «Hubo en el pasado (y también hoy se pueden encontrar) sociedades sin cultura, sin ciencia, sin arte, sin filosofía, pero, nunca hubo sociedad sin religión» (Las dos fuentes de la moral y de la religión, Ed. PUF, París, 1955).

Así que es razonable afirmar que el hombre, además de ser sapiens, loquens, ludens, faber, es también religiosus. Es verdad que la religiosidad puede pasar por periodos de crisis, sin embargo, esto no constituye un argumento en contra de la importancia y de la relevancia histórica y cultural del fenómeno religioso. Nosotros consideramos al hombre como ludens, faber, loquens, sapiens, aunque no todos jueguen, trabajen, hablen, piensen. Análogamente, la dimensión religiosa se impone como una nota típica del ser humano, aun cuando no es cultivada constantemente por todos los integrantes de nuestra especie. Sin la religión no se puede concebir civilización antigua, moderna o contemporánea.

Además, la religión sostiene las personas en las dificultades, ofrece explicaciones en los momentos de angustia y de desesperación, mitiga el sufrimiento, infunde la esperanza, y ayuda a dar con confianza el paso hacia la muerte corporal.

Entre las innumerables definiciones de religión citamos una que propone Santo Tomas de Aquino (1227-1274) en su obra titulada “Contra quienes impugnan el culto y la religión de Dios” (c.1):

«Se dice propiamente “ligari” (ser ligada) la persona que está tan vinculada con alguien, que se encuentra como privada de la libertad de dirigirse hacia otro. En cambio, “re-ligatio” implica un ligamen reiterado y, por ello, significa que volvemos a ser ligados a alguien a cual nos encontrábamos ya unidos y de quien después nos habíamos separado. Ahora bien, cada criatura existe en la mente de Dios antes de existir en sí misma; después, procediendo de Dios en el momento de la creación, inicia en cierto sentido a encontrarse lejos de él. Por ello, la criatura racional debe reconectarse (“re-ligari“) con Dios, al cual se encontraba unida antes de existir, para que todos los ríos regresen a la fuente de la cual han nacido».

LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

Es notable que el hombre nunca deja de ser un ente religioso, a pesar de los intentos de demitización y de secularización promovidos por algunas corrientes antiguas, modernas o contemporáneas marcadas por un ateismo que quiere desentenderse de todo problema religioso. Por cierto, el término “ateismo” designa situaciones muy diversas. Algunos niegan a Dios expresamente. Otros afirman que nada puede decirse acerca de él. Hay quienes exaltan tanto al hombre, que dejan sin contenido cualquier idea de una divinidad, ya que les interesa más la afirmación del ser humano que la negación de Dios. Otros ni siquiera se plantean la cuestión de la existencia de Dios, porque no perciben el motivo de preocuparse por el hecho religioso. El ateismo nace a veces como protesta contra la existencia del mal en el mundo o como divinización de ciertos valores humanos considerados prácticamente como un Dios verdadero.

Esta atmósfera negativa dificulta el camino natural hacia un ser supremo y el hombre experimenta en su interior un conflicto existencial. Por un lado, tiende a la felicidad que consiste en su realización completa y estable. Por otro lado, se encuentra sometido al dolor y a la muerte corporal. Esta tensión no es solamente un movimiento de la sensibilidad que se rebela al reconocerse mortal, sino es también un reclamo de la razón que quiere encontrar el sentido de nuestra vida. En efecto, no podemos concebir que el mundo, bien planeado en su dimensión física, pueda estar dominado por el absurdo en la dimensión espiritual. Sin embargo, percibimos que el conflicto debe terminar y que la muerte no puede ser un fracaso total, ni una caída en la nada. Por ello, nos orientamos hacia un ser superior. Este acuerdo tan constante y tan universal en admitir la presencia de una divinidad no puede nacer de un error común, ya que está en juego nuestro destino de seres espirituales (es decir, dotados del poder de la inteligencia y de la autodeterminación).

Así que, nuestra dimensión espiritual proclama la existencia de un ser supremo, capaz de satisfacer las tendencias del hombre, quien puede llegar a su realización, si se va ajustando al modelo original de ser humano, tal como se encuentra primeramente en la mente del su Hacedor, que llamamos Dios.

Además del consentimiento universal de la humanidad en reconocer la presencia de la divinidad, las experiencias de los místicos confirman el dinamismo de la dimensión religiosa en el mundo. Los místicos son seres humanos de un sentido común superior. Son modelos de agilidad intelectual, de firmeza unida a flexibilidad, de un espíritu de sencillez que supera los conflictos existenciales. El místico tiene conciencia de activar todos sus recursos (corporales, psíquicos, imaginativos, intelectuales, emotivos, afectivos) y de ponerlos al servicio de su respuesta particular a una Presencia que ha irrumpido en el más profundo núcleo de su alma, señalándole claramente el camino a seguir para alcanzar la realización personal.

Entre los muchos místicos, limitándonos a los más familiares en nuestra cultura, citamos a San Pablo de Tarso (5-67), San Francisco de Asís (1182-1226), San Ignacio de Loyola (1491-1556), Santa Teresa de Ávila (1515-1582), Mahatma Gandhi (1869-1948), la Madre Teresa de Calcuta (1910-1997). Además, todos nosotros somos capaces de una experiencia mística. El místico manifiesta que ha entrado en contacto sensible con aquel Ser que es su razón de ser.

Conclusión. La unanimidad de las diversas vivencias del fenómeno religioso revela la existencia real de un ser supremo con el cual los hombres se comunican y a quien llamamos Dios.

LA INVESTIGACIÓN ACERCA DE DIOS

Además de la evidencia de la religiosidad universalmente propia del ser humano, la historia nos enseña que, en todas las culturas, el Ser Supremo ha sido tema de investigación.

En la época presocrática, Anaxágoras (500-428 a. C.) fue el primero que introduce la noción de divinidad en la especulación sistematizada. Contra la mentalidad materialista predominante que pretendía explicar la formación del mundo mediante la fatalidad, Anaxágoras atribuye el orden y la organización del cosmos a una Mente (NouV) que es la razón de ser del orden cósmico y que tiene los atributos de la espiritualidad, del orden del mundo entero y de la providencia: «El NouV lo mueve y lo ordena todo: lo que debía ser, lo que ha sido, lo que es, lo que será».

Después de él, Sócrates, Platón, Aristóteles y, más tarde, Cicerón y Séneca hablaron de Dios profundamente.

Platón presenta su pensamiento teológico en varios de sus Diálogos (Timeo, 30-31):

«¿Por qué razón ha hecho el universo su hacedor? Él es bueno. Ahora bien, en quien es bueno no puede existir la envidia: por eso, él quiso que existiesen todas las cosas lo más posible semejantes a él».

Aristóteles habla de la divinidad en el libro XII de la Metafísica y en su “Diálogo sobre la Filosofía” (n.84) y dice:

«Los primeros que miraron el cielo y contemplaron el sol que recorre su camino desde la aurora hasta el ocaso, y las danzas armoniosas de los astros, buscaron un artífice de esta hermosa ordenación, y no pensaron en el azar, sino dijeron que todo fue formado por una naturaleza superior e incorruptible, que llamaron Dios».

La escuela aristotélica trasmitió una teología más sistematizada y más racional, mientras que la escuela platónica fue más poética y más contemplativa.

Posteriormente la patrística y la escolástica integraron en su filosofía cristiana el abundante patrimonio del pensamiento grecolatino.

Santo Tomas de Aquino sintetizó el platonismo y el aristotelismo y fomentó el diálogo con los islámicos, los judíos y todos los “gentiles”.

EL ENCUENTRO DE LA TEOLOGÍA CLÁSICA CON LA PREHISPÁNICA

En nuestra tierra americana, la recién fundada Universidad de México (1553) seguía el plan de estudios propio de la Universidad de Salamanca y los maestros enseñaban las clásicas “cinco vías”, que consisten en una reflexión sobre la contingencia del cosmos, como camino hacia la afirmación de la existencia de Dios.

Este método se ajustaba fundamentalmente con la sabiduría prehispánica centrada en el Ometéotl, el supremo Dios uno y dual que presenta los siguientes principales atributos: Tlacatle, el Señor, quien unifica la pluralidad. Tloque-Nahuaque, dueño del cerca y del junto. Con este atributo se expresa la omnipresencia del Dios, quien está junto al todo y el todo está junto a él. Ipalnemohuani, aquel por quien se vive, quien da la vida a todo cuanto existe, al reino vegetal, al reino animal y a nosotros los humanos. Yohualli-Ehécatl, noche y viento. Él es invisible como la noche e impalpable como el viento. Él es el trascendente espiritual. Moyocoyatzin, el Señor que a sí mismo se piensa. “El Ometéotl” (ome: dos, téotl: dios), según el saber prehispánico, es el supremo dios uno y dual con un rostro masculino y con un rostro femenino. Su rostro masculino es el agente generador, su rostro femenino es quien concibe y da a luz. A él corresponden los atributos de señor, dueño del cerca y del junto, dador de la vida, aquel por quien se vive, noche y viento, quien a sí mismo se piensa (Cfr. Informantes de Sahagún, Códice Florentino, libro VI).

Del mismo modo, la teología escolástica presenta la divinidad como “El mismo existir subsistente” y como la causa primera de la existencia del cosmos y del hombre. Dios aparece como el mismo acto existencial. Solamente él es el existir por esencia, mientras que todos los demás entes reciben el existir de Él, quien no es causado por otro. “El mismo existir subsistente”, según la teología filosófica helénico-escolástica, es el principio original de la existencia del cosmos. Sus atributos son la infinitud, la unicidad, la inmutabilidad, la eternidad, la inmensidad, la omnipresencia, la potencia creadora, la potencia conservadora y la providencia.

EPÍLOGO

La cosmovisión clásica y la cosmovisión prehispánica no se contradicen en lo fundamental, en cuanto que admiten un Dios quien es la razón de la existencia del universo.

Ahora bien, el existir es vida y hay verdadera vida cuando hay unidad, ya que la división es la muerte. Ambas sabidurías admiten al Dios quien es el viviente, quien es uno y quien es el único principio del cual todos participamos el existir, la vida y la unidad. Por ello, entre las dos culturas no solamente hay identidad en lo fundamental, sino también un diálogo interreligioso. Además, consta que la síntesis de las dos vivencias sigue dando como fruto un pueblo profundamente religioso. México siempre fiel.

4_FirmasSemblanzosas_Luciano